Felipe, un hombre bueno, un persona hecha en la transición, que como bastantes de nosotros tuvimos que aprender a elaborar nuestras propias ideas, en un mundo confuso, pero ilusionante. Una persona que desde una profesión, que no representa los mejores valores de nuestra sociedad, supo no cambiar y conformar su personalidad con los principios que de jóvenes fuimos aprendiendo y elaborando. Bien es cierto, que sus principios, aunque en pocas ocasiones, chocaba con nuestro sentido común actual, pero su argumentación y su lógica era muy difícil de derribar. Aunque al menos una vez cedió, muy a su pesar (apelándole a argumentos lógicos y de corazón). Se que con el gran corazón que atesoraba, se acabó convenciendo de que era lo correcto, lo que al final “le obligamos a realizar”.
Me admiraba siempre su versión de los hechos, su precisión en el leguaje (producto de su trabajo y sus lecturas), el acierto en los análisis, comedido en actitudes, tono y palabras. Sus temas eran variados, podían ir desde los más banales, como el mus (su gran pasión), a la filosofía (“tenía que explicárseles a los alumnos desde la ESO”), la música,…..
Después de 34 años que nos conocíamos, el tiempo (en este caso no la distancia), hacía que la relación no fuera continúa. Nuestros últimos encuentros eran más de intercambio de ánimo y de un análisis de nuestras realidades (de hospital), y de pelea diaria por vivir.
Felipe, casi 7 años de pelea contra esos malditos bichos, no fueron gratuitos, mostraste una vez más tu manera de ser en eso momentos tan difíciles. Ese espíritu y forma de ser permanecerá siempre entre nosotros mortales que tenemos una prórroga de permanencia dentro de un cuerpo físico.
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